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TEMA 1 DEL DISCO "UNDERGROUND" http://www.rock.com.ar/discos/6/6772.shtml http://www.myspace.com/decenadores http://www.fotolog.com/decenadores + videos DCN http://www.google.com.ar/search?q=DECENADORES&hl=es&biw=1280&bih=685&prmd=ivns&source=univ&tbm=vid&tbo=u&sa=X&ei=5tHcTZfXEITPhAfA4KWeDw&ved=0CD8QqwQ http://www.youtube.com/watch?v=WJk0yb3THP8 concientizame: http://vimeo.com/8830217

ALEA

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fOrrado de niño

FERDYDURKE

FERDYDURKE PAG 91 EDITORIAL SEIX BARRAL

FILIFOR FORRADO DE NIÑO [advertencia, esto q esta entre corchetes son intervenciones del re escritor]
(PREFACIO)

Antes de seguir con la trama de estas verdaderas memorias, deseo, a título de digresión, poner en el capítulo siguiente un cuento llamado “Filifor forrado de niño”. Habéis visto cómo el maliciosamente didáctico Pimko me procuró un culito infantil [el señor Z me entregaba su sentida perorata frente a la clase] habéis visto las convulsiones idealísticas de la juventud nuestra, la impotencia de vivir, la calamidad de la desproporción y desarmonía, la tristeza del artificio, la melancolía del aburrimiento, la ridiculez de la ficción, la tortura del anacronismo y las locuras de los culitos, de los rostros, como, además, de otras partes del cuerpo. [Ahora desde El Bolsón me parece algo lejano haber retomado la carrera de diseño de imagen y sonido, doce años después de mi primer materia aprobada: dibujo y maqueta con 10]
Habéis oído las palabras, palabras vulgares que luchaban con palabras nobles, y otras palabras igualmente huecas e inconcientes, recitadas por los pedagogos, y habéis presenciado cómo la cosa, compuesta por palabras vacías, terminó de modo infame en medio de unos visajes absurdos. Así, ya en la aurora de su juventud, el hombre se imbuye de fraseologías y muecas. En tal yunque se forja la madurez nuestra. En breve veréis otras muecas y otro duelo, la lucha mortal de los profesores G. L. Filifor de Leyden y Anti-Filifor de Colombo [goo gle ar], donde también aparecen palabras y partes del cuerpo. Mas no habrá que buscar por eso una vinculación estrecha entre esas dos partes de mi libro; y caería en un error el que creyese que, incorporando a mi obra el relato “Filifor forrado de niño”, no tuve únicamente el propósito de llenar un tanto el espacio libre del papel, disminuir en algo la enormidad de las hojas vacías, que me asustan.
Pero si los eminentes conocedores y sabios, los Pimkos especializados en el arte de construir el culcalo por intermedio de la crítica de lo que llamamos “defectos de la construcción”, me hiciesen este reparo: que, según ellos, el deseo de llenar un lugar vacío sobre el papel constituye una razón demasiado privada e insuficiente y que no es justo poner en una obra artística todo lo que en mi vida he escrito, contestaré que, según mi humilde convicción, las partes sueltas del cuerpo y, además, las palabras bastan para constituir un fortísimo esqueleto artísticamente constructivo. Y demostraré que mi construcción, en lo que se refiere a la lógica y la precisión, no cede a las más lógicas y precisas construcciones. Mirad: la parte básica del cuerpo, el bueno y domesticado cuculillo, está en la base; en el cuculao, pues, empieza toda acción; desde el cucuilo, como desde el tronco principal, emanan las bifurcaciones de partes sueltas, como, por ejemplo, la del dedo, del pie, de los brazos, ojos, dientes y orejas, y asimismo unas partes se convierten en otras gracias a sutiles y refinadas transformaciones. Y el rostro humano (comúnmente llamado también facha, jeta o carota) constituye la corona del árbol que con sus partes sueltas se levanta del tronco cuculiano; la facha, pues, concluye el ciclo que originó el buen cucucu. Después de haber alcanzado la facha, ¿qué es lo que me queda? Solamente volver atrás hacia las partes sueltas para llegar de nuevo al cuculiano punto de partida, y para ese fin sirve mi cuento “Filifor”. “Filifor” es un retroceso constructivo, un pasaje o, para expresarme con más precisión, una coda, un trino, o más bien un lapsus, un lapsus intestinal sin el cual nunca podría penetrar al tobillo izquierdo. ¿No es ésta una construcción férrea? ¿No basta para satisfacer las más especializadas exigencias? ¿Y qué me diréis cuando hayáis logrado descubrir aun otras y más profundas vinculaciones entre todas esas partes, diversos pasajes desde el dedo hacia el hígado, y cuando se os descubra el papel místico de algunas partes preferidas, el sentido secreto, además, de ciertas articulaciones y, por fin, tanto el conjunto de todas las partes como también las partes de todas las partes? Os aseguro que es ésta una construcción invaluable en el sentido de llenar el espacio; y con penetrantes análisis al respecto podéis llenar cien volúmenes, ocupando cada vez más sitio y logrando cada vez un sitio más alto y sentándoos cada vez más cómodamente y ampliamente en vuestro sitio. Pero ¿os gusta hacer pompas de jabón en las orillas del lago con el sol poniente, cuando los peces bailan en el agua y el pescador sentado en silencio se refleja de modo discreto en el espejo líquido de las aguas cristalinas?
Y os recomiendo mi método de intensificación por medio de la repetición, gracias a que, repitiendo sistemáticamente algunas palabras, giros, situaciones y partes, las intensifico forzando asimismo el efecto de la unidad del estilo casi hasta los límites de lo maniático. ¡Por la repetición, por la repetición se crea la mitología! Observad, sin embargo, que tal construcción parcial no sólo es una construcción, sino que en verdad constituye toda una filosofía, la cual presentaré aquí bajo la forma livianita y burbujeante de un folletín gracioso. Decidme, ¿cómo pensáis?, ¿acaso, según vuestra opinión, el lector no asimila sólo partes y sólo en partes? Lee, digamos, una parte o un pedazo y se interrumpe para, dentro de algún tiempo, leer otro pedazo; y a menudo ocurre que empieza desde el medio o, incluso, desde el final, prosiguiendo desde atrás hacia el principio. A veces ocurre que lee dos o tres pedazos y lo deja… y no es porque no le interese, sino porque algo distinto se la ha ocurrido. Pero aun en el caso de leer el todo, ¿creéis que lo abarcará con la mirada y sabrá apreciar la armonía constructiva de las partes, si un especialista no le dice algo al respecto? ¿Para eso, pues, el autor, durante años, corta, ajusta, arregla, suda, sufre y se esfuerza: para que el especialista diga al lector que la construcción es buena? ¡Pero vayamos, más lejos aún, al campo de la experiencia cotidiana! ¿No ocurre acaso que cualquier llamada telefónica o cualquier mosca puede distraer al lector de la lectura justamente en ese supremo momento en que todas las partes y tramas se juntan en la unidad de la solución final? ¿Y si en ese momento entrase, digamos, su hermano y dijese algo? La noble labor del escritor se echa a perder a causa de una mosca, un hermano, o un teléfono. ¡Oh, malas mosquitas!, ¿por qué picáis a hombres que ya perdieron la cola y no tienen con qué defenderse? Mas preguntemos todavía si aquella obra vuestra, única, excepcional y tan trabajada, no constituye sólo una partícula de treinta mil otras obras, también únicas y excepcionales, que aparecen en el transcurso del año. ¡Malditas y terribles partes! ¡Para eso, pues, construimos el todo: para que una partícula de la parte del lector asimile una partícula de la parte de la obra y sólo en parte!
Es difícil no hacer chistes burbujeantes sobre este tema. No se puede eludir el chistecito. Porque ya desde hace tiempo hemos aprendido a eludir con una broma lo que nos embroma en forma demasiado mordaz e hiriente. ¿Aparecerá algún día el genio de la seriedad que sepa afrontar ciertas mezquindades realistas de la vida sin caer en una torpe risotada? ¡Ay, pobre de ti, tono mío, mi tono de burbujeante folletín! Pero observemos todavía (para apurar hasta las heces el cáliz de la partícula) que aquellos cánones y principios de la construcción, que nos esclavizan tanto, son producto de una parte solamente… y de una parte por cierto bastante insignificante. Una pequeña partícula del mundo, un mundito no mayor que el dedo meñique, un estrecho gremio de profesionales y estetas que puede caber, todo él, en una confitería, amasándose sin cesar, extrae de sí postulados cada vez más refinados. Pero lo peor es que esos gustos ni siquiera son gustos de verdad; no, vuestra construcción les agrada sólo en parte, mucho más les gustan sus propios conocimientos acerca de la construcción. ¿Así que el creador trata de lucir su capacidad constructiva sólo para que el conocedor pueda lucir sus conocimientos al respecto? Silencio, sss… misterio; he aquí que el creador crea, arrodillado ante el altar del arte, pensando en la obra cumbre, en la armonía, precisión, espíritu y superación; he aquí que el conocedor se da ha conocer profundizando la creación del creador en un profundo estudio -después de lo cual la obra va a los lectores-, y, lo que era engendrado con sudor total y completo, es recibido de modo sumamente parcial entre la mosca y el teléfono. Las pequeñas realidades os matan. Sois como quien desafía al monstruo a pelear; pero un perrito os pondrá la carne de gallina.
Y también preguntaré (para apurar todavía un trago de la copa de las partículas) si, conforme a vuestro juicio, una obra construida sobre todos los cánones expresa el todo o sólo una parte del todo. ¡Bah! [“el todo no está dado ni puede darse” Henri Bergson] ¿No consistiría la forma en la eliminación, no sería la construcción un empobrecimiento; puede expresar el verbo algo más que una parte de la realidad? El resto es silencio. Por fin, ¿somos nosotros los que creamos la forma o más bien es ella la que nos crea? Bah, bah, conocí hace años a un escritor al cual, al comienzo de su carrera literaria, le salió un libro heroico en sumo grado. Por pura casualidad, ya en sus primeras palabras golpeó la tecla heroica, aunque hubiese podido igualmente empezar de modo escéptico o, por ejemplo, lírico; pero las primeras frases le salieron heroicas, en vista de lo cual, y teniendo en cuanta la armonía de la construcción, ya era imposible no intensificar y graduar el heroísmo hasta el final. Y tanto pulía, redondeaba y perfeccionaba, tanto ajustaba el comienzo al final y el final al comienzo que de todo eso resultó una obra llena de vitalidad y de la más profunda convicción.
¿Qué le quedaba por hacer, entonces, con esta su más profunda convicción? ¿Puede un creador responsable de su verbo confesar que todo eso sólo le vino por sí solo a la pluma y le salió heroico, y que su más profunda convicción, en realidad, no es ni mucho menos su más profunda convicción, sino que, no se sabe cómo, desde el exterior se le pegó, prendió y adosó? ¡Imposible! En vano el avergonzado héroe de su heroísmo se avergonzaba y se ocultaba, tratando de zafarse de esa partícula suya; la partícula, tras haberlo agarrado bien, ya no quería soltarlo, y tuvo que adaptarse bien a su partícula. Y tanto se adaptaba que, al final de su carrera literaria, se volvió idéntico a aquella, heroico…, acobardado por su heroísmo. Pero eludía a toda costa a sus camaradas y compañeros del período de maduración, porque ellos no dejaban de extrañarse frente al todo que tan bien supo ajustarse a su papel. Y le gritaban:
-¡Eh, Picho! ¿Recuerdas aquel ombligo… aquel ombligo…? ¡Picho, Picho, Picho! ¿Recuerdas el ombligo sobre el prado verde? El ombligo. El ombligo, Picho, ¿dónde está?
Ésas, pues, son las fundamentales, capitales y filosóficas razones que me indujeron a edificar la obra sobre la base de partes sueltas -conceptuando la obra como una partícula de la obra- y tratando al hombre como una fusión de partes de cuerpo y partes de alma, mientras que a la humanidad entera la trato como una mezcla de partes. Pero, si alguien me hiciese tal objeción: que esta parcial concepción mía no es, en verdad, ninguna concepción, sino una mofa, chanza, fisga y engaño, y que yo, en vez de sujetarme a severas y cánones del Arte, estoy intentando burlarlas por medio de irresponsables chungas, zumbas y muecas, contestaría que sí, que es cierto, que justamente tales son mis propósitos. Y, por Dios -no vacilo en confesarlo-, yo deseo zafarme tanto de vuestro Arte, señores, como de vosotros mismos, ¡pues no puedo soportaros junto con vuestro Arte, vuestras concepciones, vuestra actitud artística y todo vuestro medio artístico!
Señores, existen sobre la tierra ambientes menos o más ridículos, menos o más infamantes, vergonzosos y humillantes, y asimismo la cantidad de estupidez no es igual en todas partes. Así, por ejemplo, el medio de los peluqueros me parece, a primera vista, más sujeto a la tontería que el medio de los zapateros. Pero lo que sucede en el medio artístico del orbe supera todos los récords de la estupidez y la infamia, hasta tal punto que un hombre normalmente decente y equilibrado no puede dejar de inclinar su rostro, inundado por el sudor de la vergüenza, frente a esas orgías infantiles y pretenciosas. ¡Oh, esos cantos sublimes que nadie escucha! ¡Oh, los coloquios de los enterados y el frenesí en los conciertos y aquellas íntimas iniciaciones, y aquellas valorizaciones y discusiones, y los rostros mismos de esas personas cuando declaman o escuchan, celebrando entre sí el santo misterio de lo bello! ¿Por qué dolorosa antinomia todo lo que hacéis o decís, justamente en este terreno, se convierte en ridiculez y vergüenza? Si durante el curso de los siglos, un medio social cae en tales convulsiones de tontería, entonces, casi en toda seguridad, se puede arriesgar el juicio de que sus concepciones no responden a la realidad, de que, sencillamente, vive de falsas concepciones. Pues, sin duda alguna, las concepciones vuestras constituyen la cumbre de la ingenuidad concepcionalista; [no podes agarrar y decirle que toda la vida estuviste hecho un estúpido, no te das cuenta] y, si queréis saber cómo y en qué sentido habría que transformarlas, y cuál debería ser la concepción justa y no ridícula, os lo puedo decir en seguida, pero tenéis que prestar oído.
¿Qué es, en realidad, lo que se imagina aquel que, en nuestros tiempos, siente la vocación de la pluma, del pincel o del clarinete? Él, ante todo, quiere ser artista. Quiere crear arte. Anhela, entonces, con la belleza, la bondad y la verdad, alimentarse a sí mismo y a sus conciudadanos, se propone ser vate, bardo, sacerdote y regalarse en su ser a los demás, quemarse en el altar de lo sublime, procurando a la humanidad ese maná celestial tan deseado. Además quiere dedicar su talento al servicio de la idea, y quizá conducir a la humanidad o a la nación al mejor futuro. ¡Qué fines más nobles! ¡Qué magníficos propósitos! ¿No eran tales, acaso, los fines y propósitos de Shakespeare, Goethe, Beethoven o Chopin? Aquí está el caso, sin embargo, de que vosotros no sois Chopines ni Shakespeares, sino a lo mejor, semi-Shakespeare y cuartos de Chopin (¡Oh, malditas partes!) y, por consiguiente, esa actitud sólo destaca vuestra triste inferioridad e insuficiencia, y parecería como si quisierais saltar por fuerza al pedestal, rompiéndoos en torpes saltos vuestras partes del cuerpo más preciosas.
Creedme: existe una gran diferencia entre el artista que ya se ha realizado y aquella muchedumbre infinita de semiartistas y cuartos de bardo que se empeñan en realizarse. Y lo que queda bien en el genio, en vosotros suena de modo distinto. Mas vosotros, en vez de procuraros concepciones y opiniones según vuestra propia medida y concordantes con vuestra realidad, os adornáis con plumas ajenas; y he aquí por qué os transformáis en eternos candidatos y aspirantes a la grandeza y la perfección, eternamente impotentes y siempre mediocres; os volvéis sirvientes, alumnos y admiradores del Arte, que os mantiene en la antesala. Resulta terrible, por cierto, ver cómo os esforzáis para lograr el fracaso, cómo se os repite vez tras vez que todavía no, que no es eso, y vosotros, sin embargo, de nuevo empujáis con otra obra; y cómo tratáis de imponer esas obras, cómo os consoláis con pobres, secundarios éxitos, regalándoos mutuamente cumplidos, organizando banquetes y buscando cada vez nuevas mentiras para justificar vuestra razón de ser, tan sospechosa. Y ni siquiera tenéis el consuelo de que, para vosotros mismos, lo que escribís y fabricáis tenga algún valor. Porque todo eso es sólo imitación, es aprendido de los maestros, y vosotros no hacéis otra cosa que agarraros al faldón de los genios, repitiendo tras ellos y peor que ellos, produciendo hacinamiento allí donde no hay lugar para el hacinamiento. Vuestra situación es falsa y, siendo falsa, tiene que engendrar frutos amargos, y ya dentro de vuestro gremio crecen el mutuo desdén, la malicia y la desestimación, cada uno desprecia al otro y, además, a sí mismo; constituís una hermandad de autodesprecio… y, al final, os desestimaréis a muerte [ o vengan a ver a dónde fue a parar el sueño hippie] ¿En qué, pues, consiste la situación del escritor secundario, sino en un solo y gran repudio? El primer y despiadado repudio se lo aplica el lector común, que terminantemente te niega a gozar de sus obras. El segundo e infame repudio se lo aplica su propia realidad, que él no supo expresar, siendo copiador e imitador de los maestros. Pero el tercer repudio y puntapié, el más infamante de todos, le viene de parte del Arte, en el que quiso refugiarse, y el cual lo desprecia por incapaz e insuficiente. Y esto ya colma la medida del oprobio. Aquí comienza la completa orfandad. Esto ocasiona que el secundario se convierta en objeto de una burla general, bajo el fuego graneado del repudio. En verdad ¿qué se puede esperar de un hombre repudiado tres veces y cada vez con más oprobio? ¿Acaso un hombre así acabado no debería desaparecer, esconderse en alguna parte para que no se le viera? ¿Acaso la insuficiencia, desfilante en pleno día, ansiosa de honores, no debe provocar hipo al universo?
Pero antes contestadme si, según vuestra opinión, las peras de agua son mejores y más jugosas que las peras de tierra, o si más bien estáis inclinados a conceder la primacía a éstas sobre aquéllas. ¡Oprobio, oprobio, señores; oprobio, oprobio, oprobio! No, no soy filósofo ni teórico, no; yo hablo de vosotros, me refiero a vuestra vida; comprendedlo, a mí me duele sólo vuestra situación personal. No es posible deshacerse. Hay el nopodermiento de romper la placenta que une con el rechazo humano. El alma rechazada -la flor no olida-, los bombones que anhelaban gustar a alguien y no gustaron -la mujer desdeñada-, siempre me ocasionaban un dolor casi físico; no se soporta esa irrealización, y cuando encuentro en la calle a algún artista y veo que el vulgar repudio está en la base de su existencia, que cada gesto suyo, palabra, fe, entusiasmo, coma, ofensa, concepción e ilusión huelen al común, desagradable repudio, me avergüenzo. Y me avergüenzo no por tener compasión por él, sino porque convivo con él; y su quimera me hiere en mi dignidad humana. Creedme, urge reformar la actitud del escritor secundario, pues, sino, todo el mundo caerá en un malestar muy serio. Y hay que asombrarse de que personas dedicadas exprofeso al perfeccionamiento del estilo y, cabría suponer, sensibles a la forma permitan sin una protesta ser colocadas en una situación tan pretenciosa y falsa. ¿Acaso no comprenden que, justamente desde el punto de vista del estilo y la forma, no hay nada más funesto en sus efectos? Pues el que se encuentra en una situación artificial no puede emitir ni una palabra que no sea artificial, y todo lo que diga, haga o piense se dirigirá forzosamente contra él y en su perjuicio.
¿Cuál, entonces -preguntaréis-, debería ser la concepción nuestra para que podamos os por fin de modo más adecuado a nuestra realidad, más razonablemente y a la vez más soberano? Señores, no está dentro de vuestras posibilidades convertiros sin más, de hoy para mañana, en maduros vates; podéis, sin embargo, en cierta medida, sanear esos males y recuperar la soberanía perdida, alejándoos de aquel arte que os procura un cuculio tan molesto. Ante todo, romped de una vez con esa palabra: Arte, y también con esa otra: artista. Dejaos de hundiros en esas palabras que repetís con la monotonía de la eternidad. ¿No será cierto que cada uno es artista? ¿No será que la humanidad crea el Arte no sólo sobre el papel y la tela, sino en cada momento de la vida cotidiana? Cuando la doncella se pone una rosa, cuando en una charla amena se nos escapa un chiste jocoso, cuando alguien se confía al crepúsculo, todo eso no es otra cosa sino Arte. Para qué, entonces, esa división tremenda: Ah, yo soy artista, yo creo el Arte, si más conveniente sería decir, con sencillez: Yo, quizá, me ocupo del Arte un poco más que otras personas. Y, en segundo lugar ¿por qué ese culto, esa admiración para ese solo arte que se expresa en lo que llamamos “obras”? ¿De dónde sacasteis esa ingenuidad de que el hombre admira tanto las obras del Arte y nos desmayamos y morimos de pasmo escuchando una sinfonía de Beethoven? ¿Nunca os vino a la cabeza cuán impura, mezclada y agudamente inmadura es esta región de la cultura, región que queréis encerrar en vuestra fraseología simplista? El error que monótona y comúnmente cometéis consiste, sobre todo, en eso: que reducís el contacto del hombre con el Arte casi exclusivamente a la emoción estética, concibiendo a la vez ese contacto en un sentido demasiado particular y apartado, justamente como si cada uno conviviese con él en la soledad más absoluta, herméticamente aislado de los demás hombres. Pero, en realidad, aquí se efectúa una fusión de gran número de emociones diferentes, todavía multiplicadas por una fusión de muchos y diferentes hombres que mutuamente te influyen y sugestionan, induciéndose a estados de alma colectivos.
Así, cuando el pianista aporrea a Chopin sobre el estrado, decís: El encanto de la música de Chopin, en la congenial interpretación del gran pianista, arrastró y encantó a los oyentes. Mas posiblemente, y en realidad, casi ninguno de los oyentes quedó encantado. Es posible que, si ellos no hubiesen sabido que Chopin era un gran genio y aquel pianista un gran pianista, habrían recibido la cosa con menos encanto. También es posible que, si cada uno de ellos, pálido por el entusiasmo, aplaude, grita y se contorsiona, esto se deba a que los demás también aplauden y se contorsionan; porque cada uno cree que los demás experimentan un goce enorme, una conmoción supraterrestre, y por eso él también empieza a demostrar señales de goce; y de este modo puede ocurrir que en la sala nadie en absoluto sea encantado directa e inmediatamente y sin embargo, todos estén mostrando efectos de un excepcional encanto, pues cada uno se adapta a las manifestaciones y exteriorizaciones de su vecino. Y solamente cuando todos, en conjunto, se hayan excitado y obligado entre sí a los aplausos, gritos, rubores y elogios, sólo entonces digo, esas manifestaciones engendrarán en ellos el sentimiento de goce y admiración; porque debemos adaptar nuestros sentimientos a nuestras manifestaciones. Pero también es cierto que escuchando aquella música cumplimos algo como un acto religioso y ritual; y, así como participamos en la santa misa piadosamente postrados y arrodillados, del mismo modo participamos en un concierto de Chopin postrándonos ante el dios de lo bello; y en este caso nuestra admiración constituye sólo un acto de formal homenaje. ¿Quién, sin embargo, podría decir cuánto hay, en eso bello, de verdaderamente bello y cuánto de procesos histórico-sociológicos? Bah, bah

más del libro de Gombrowicz

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el rol del arte y los que se ocupan un poco más de él

En cuanto a la forma

En cuanto a la forma
versus la INMADUREZ

LO EXTRICTAMENTE POLACO

LO EXTRICTAMENTE POLACO
Tratarlo como si lo importante fuese una tontera del pasado

despedida ANTICÁTEDRA

despedida ANTICÁTEDRA
recomendamos LA LECTURA ( buscar) Del cuento del profesor Filifor, esta en la web!!!!

imag.En peine recuperado


si Valle
este lunes 14 hs presentación de peine
encontrado en refugio de alta montaña
perteneciente al Siempre Pelado Monasterio

nos vimos

1 comentario:

  1. http://www.youtube.com/watch?v=ulA3q0mfiX0
    Ahí ta, Film Gaudí. Y en su usuario hay varios más.
    ¡Saludos!

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¿cúales son tus mejores pelis?